Mandalas: El trabajo terapéutico y la estructura de personalidad
jueves, mayo 22, 2014
En mi práctica cotidiana
coordinando grupos de arte terapéutico me encuentro en interacción con gran
número de personas, todas ellas con características diferentes. En algunos
casos, ya sea debido a un “logro” alcanzado o al surgimiento de un conflicto,
tengo la necesidad, e incluso el deber, de detenerme a meditar cuáles son las
causas involucradas y las consecuencias para todos en el grupo.
Un taller de arte, si se enfoca
con criterio de salud, no está exento de este tipo de interacciones que ponen
en juego la armonía o desarmonía de un grupo.
Un trabajo grupal lleva implicado
el “aprendizaje vicario”, esto es, lo que aprendemos por ver las conductas de
otra persona, o las consecuencias que implica el accionar de alguien cercano. Eso
tiene mucha trascendencia en nuestras vidas desde nuestra más tierna infancia,
aunque no seamos conscientes de ello.
Un trabajo terapéutico implica un
vínculo entre terapeuta y consultante. Como todo vínculo humano está matizado
por las características personales de todos los participantes. El desafío
permanente a la hora de iniciar ese vínculo es lograr una química que funcione
en beneficio de todos los participantes en la interacción. Esto implica
responsabilidad por parte del terapeuta y confianza y entrega por parte del
consultante.
Hay distintas teorías que explican los modos de relación entre los participantes de una díada terapéutica o de un grupo. Hay quienes sostienen que se trata de un juego de poderes, otros que está basado en la idealización de uno sobre otro, otros sostienen que el consultante necesita proyectar en su terapeuta las características de alguno de sus vínculos significativos de la infancia –padre, madre o figuras parentales-. Otros ponen el foco en la etapa vital de cada uno, otros en las situaciones estresantes que afecten a todos. Personalmente creo que se ponen en juego casi todas estas variables.
El terapeuta, por cierto, nunca
es “neutral” en este vínculo, aunque la mayoría de las personas pretenda que lo
sea. Se trata de un sujeto con las mismas características que cualquiera de sus
consultantes, con un equipo mental y emocional con determinadas fortalezas, debilidades
y también preferencias vinculares. Sin embargo, su rol implica una
responsabilidad mayor, ya que necesita estar alerta a ciertos signos que irán
marcando el mejor rumbo tanto para la terapia individual como grupal.
Una de las principales razones
por las que se necesitan las entrevistas de admisión es por el hecho de
establecer un vínculo significativo entre uno y otro participante. Todo obstáculo,
ya sea en el tipo de comunicación o en los estilos de ambos será un obstáculo
casi insalvable para que se produzca mejoría terapéutica. De todos modos,
incluso la entrevista de admisión no será suficiente para que un sujeto despliegue
su repertorio de conductas que hagan notar su rasgo principal de personalidad,
por lo tanto, será la interacción en el grupo lo que finalmente resaltará las
características del vínculo.
En distintos trabajos científicos
actuales se sostiene que el tipo de vínculo, -siendo éste positivo y de valoración-
es responsable en más del 40% de la mejoría del consultante, más allá del
método terapéutico que se utilice.
En cuanto a la personalidad y sus
características, todos los tipos de personalidad son considerados normales salvo
que se rigidicen, o sea, que no puedan modificarse de acuerdo al ámbito. La
diferencia principal es que las personas normales tienen una determinada
tendencia predominante, pero se van adaptando de acuerdo a las circunstancias,
mientras que las personas en las que esta modalidad resulta patológica tienen
tendencia a permanecer rígidamente en su postura y se desestabilizan
enormemente en situaciones de estrés.
Por lo general los que advierten
estas características son los que comparten algo con ellos, ya sea la
convivencia, el espacio de trabajo y por qué no, un ámbito terapéutico.
Esta “mezcla” de características
de personalidad entre terapeuta y consultante funcionará algunas veces, y en
otros casos entrará en conflicto, y en la situación grupal se suman además otros
juegos de poder y modalidades de liderazgo.
De acuerdo a Theodore Millon, el
patrón de personalidad se establece en los primeros años de la persona, y puede
llegar a transformarse en patológico cuando invade muchas áreas de la vida del
sujeto y se perpetúa en círculos viciosos, arraigándose de tal manera que la
persona misma no advierte su presencia ni sus consecuencias devastadoras en su
entorno.
Para dar un ejemplo de algunos tipos
de personalidad daré aquí algunas características, así como una regla mínima
que debería asumir un terapeuta en cada caso. Deberemos tomar en cuenta que
nadie de nosotros presentará un modo puro, sino generalmente estará matizado
por distintas sutilezas, con una o dos modalidades predominantes:
· Habrá personas que compartirán un grupo de
trabajo pero aún así no se mostrarán vinculados al mismo. Puede que sean más
introvertidos, que no disfruten de comunicar sus propios intereses y que
realmente sólo les interese la tarea en la que están trabajando. A menudo son
catalogados como distantes y en general funcionan como observadores pasivos
desconectados de las relaciones sociales en general. En este caso el terapeuta
deberá desarrollar estrategias de integración grupal, reforzando actividades
que vinculen a los participantes entre sí.
·
Habrá otros, en cambio, que a pesar de presentar
externamente las mismas características, no se mostrarán por temor a ser
rechazados. Tratarán de evitar las situaciones en las que deban hacer valer su
preferencia y opinión. Pueden ser desconfiados sobre todo por el miedo a
confiar, de modo que se protegen por medio del aislamiento. En este caso las
estrategias deben orientarse a elevar la confianza, al menos en el propio terapeuta,
y mostrar una actitud de aceptación sincera de la persona en su totalidad.
·
Otro estilo de personas verá en su entorno
causas de negatividad permanente, y sentirán que nada de lo que hagan podrá
modificar la situación desagradable que estén viviendo. Son aquellos a los que
resulta muy difícil “levantarles el ánimo”. Esto puede estar motivado por una
pérdida, una sensación de abandono o una falta de esperanza, ya sea concreta o
subjetiva. Aquí es preferible modificar de a poco el foco de atención, quizás
los logros sean pequeños, pero deberá incrementarse la atención en ellos de
modo de alejar la atención de los estímulos negativos.
· Habrá también personas más dependientes, más
pasivas a la hora de buscar el apoyo de los demás. En general, por tener baja
autoestima, necesitarán estar siempre vinculados a un “líder” que actúe por
ellos y les provea la iniciativa de la que carecen. Este tipo de actitud está
orientada a obtener el afecto y la estima que tanto anhelan. El terapeuta
deberá intervenir a fin de fortalecer la autonomía de la persona, demostrándole
que no necesita de otros para sus propios logros.
· Habrá otras personas, en cambio, que buscarán a
los otros pero para recibir atención. O sea, también anhelan el afecto y el
reconocimiento, pero manipularán al entorno para recibir la atención y el apoyo
que necesitan, evitando la indiferencia y apatía, que es algo que no toleran.
Pueden llegar a límites extremos para calmar una insaciable necesidad de
estimulación y afecto. Estos son casos más difíciles, ya que implican un
equilibrio entre la atención brindada y el límite a dicha atención. Son las
personas que habitualmente generan conflictos intensos reclamando siempre ser
el foco de la atención grupal. Habitualmente son muy demandantes y estallan al
no ser atendidos como lo desean.
·
También hay personas caracterizadas por
actitudes egoístas, que experimentan placer al focalizar su atención sólo sobre
sí mismos. En general se sobrevaloran y tienden a exagerar sus virtudes y
logros. Su creencia firme es que los demás deben reconocer sus habilidades, a
menudo inexistentes, para los cuales llegan a la deformación de la verdad e
incluso a la manipulación de otros en su propio provecho. Otro de los casos más
difíciles de manejar a nivel grupal, ya que demanda una maniobra muy sutil de
parte del terapeuta para evitar ser manipulado. En ocasiones extremas estas
personas son capaces de mentir acerca de sus talentos o incluso de
circunstancias propias o de otros para lograr asumir el rol que les sea más
beneficioso. Si son personas carismáticas pueden ejercer una influencia
hipnótica en otros integrantes del grupo, lo cual debe ser rápidamente advertido
por el terapeuta para actuar en consecuencia.
· Por último, existen personalidades más extremas,
las cuales a menudo no pueden trabajar en grupos. Son individuos más
insensibles que no dudarían en humillar o herir a otros para lograr sus
objetivos, pudiendo asumir conductas abusivas o acosadoras. También podemos
mencionar en este grupo a aquellos que consideran correcto ser humillados, o a
quienes tienen explosiones de ira. Estos casos son más problemáticos a la hora
de insertarse en un grupo de trabajo. En todos estos casos el terapeuta deberá,
en primer término, proteger a las personalidades más vulnerables dentro del
grupo. Aunque, tratándose de estos extremos, es poco probable que integren sesiones
terapéuticas salvo que tengan algún interés más específico.
A la hora de comenzar una
actividad, todos sabemos que las preferencias personales serán las que
determinen la elección. Cuando surgen obstáculos en la comunicación o el
intercambio es tensionante, es signo de que el vínculo debe ser revisado, y en
muchas ocasiones, suspendido. Esto redundará en beneficio para todos los
participantes.
Hay ciertas cuestiones que son
imposibles de forzar, y en muchos casos una de las partes sostiene el vínculo
con un costo emocional demasiado alto.
Las responsabilidades a la hora
de un trabajo grupal son de cada uno de los asistentes, incluida la persona que
coordine. No hay recetas mágicas ni personas que tengan todo el saber. Somos seres
humanos comunes que interactúan a fin alcanzar un crecimiento esperado.
Debemos ser compasivos pero no
confundir la compasión con falta de límites, esa será nuestra mejor manera de
ayudar al otro... Siempre…
2 comentarios
HOLA LAURA : me gusta mucho las producciones , y lo que escribis acerca de los mandalas , yo soy psicologa y profe de psicología y este año con mis alumnos hemos trabajado con mandalas realmente una hermosa experiencia tanto para mi , pero en especial para los alumnos , cada uno de los trabajos los hemos colocado en el aula a modo de móviles .. espero poder algún dia realizar alguno de los cursos
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras! y gracias por compartir tu trabajo. Realmente es sanador enfocarse en actividades artísticas que ayuden a fomentar resiliencia... Seguramente una experiencia que muchos de tus alumnos guardarán profundamente. Muchas bendiciones!!
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